E Romancero de Guemes
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E Romancero de Guemes
Bueno nenas, aquí les dejo algo para que se cultiven un poco y de paso se hagan mas hombrecitos. Se trata de una obra basada en el magno poemario "Guemes" del poeta salteño Julio Cesar Luzatto, rebautizada "Romancero de Guemes" ya que presenta las declamaciones poéticas del Lic. David Slodky sobre un fondo musical de nota clásica. Se incluyen temas como la novena sinfonía de Antonin Dvorak, en su tercer y cuarto movimiento, el piano trio en mi menor de Franz Shubert y la inolvidable y épica Novena Sinfonía de Beethoven dando marco a la memorable respuesta del comandante Burela, quien al no contar con armas para detener el ataque realista, en vez de huir al monte o pedir santuario en la iglesia del pueblo, se planta y defiende con su gauchaje a coraje limpio el pueblo salteño de Chicoana. "Ni en el monte ni en la iglesia, firmes aquí compañeros / con que armas mi comandante? / preguntan los guerrilleros / y dice don Luis Burela: / ¡Con las que les quitaremos!.-
Los poemas de esta obra no solo son magníficas construcciones literarias, cuya belleza no deja de despertar exaltación patriótica, sino que resultan fieles a la historia en su totalidad.
Se narra el inédito hecho bélico de la toma de la Fragata inglesa "Justina" durante las invasiones inglesas por parte de un cuerpo de caballería comandado por Guemes (si... toman un barco con caballería... tal como lo leen) en una bajante del rio. hasta el mismo comandante Inglés Guillespie destaca el hecho como un "fenómeno en los acontecimientos militares, al haber sido abordado y tomado por caballería al terminar el 12 de agosto..." ("contra la proa de hierro / chocaron proas de sangre / y ante los nuevos tritones / cabalgados en la nave / se estremece el mascarón / curado de tempesatades / ....y desde entonces el río / roto metal del oleaje / está mascando cadenas / en sus gigantescas fauces")
Se detalla con belleza épica acontecimientos históricos como la batalla de Suipacha, o la muerte del gaucho Pastor Padilla (quien tras haber perdido su caballo en la batalla arremete contra toda la caballería realista a facón limpio... y cuando el comandante realista, al ver la fiereza con la que había peleado el gaucho le ofrece sus médicos para curar sus heridas si se rinde, aquel le contesta "hunda en mi pecho su sable, que así quiero ser curado!"
Se hace referencia a la hemofilia que padecía Guemes, cuya sangre no coagulaba, y para quien la sola caricia de un sable realista podía ser fatal. No obstante, a sus 36 años de vida (edad con la que murió) contaba en su haber mas de 100 batallas. De su gran amor Carmencita, quien lo acompañó con coraje durante toda su lucha libertaria, y que luego de su muerte, se dejó morir de tristeza, con solo 25 años.
En fin, una obra indispensable, para recordar a nuestros héroes en este bicentenario y para apreciar esta fina ópera de arte lírico y musical.
Recomiendo especialmente los temas 5, 7,10, 12, 15 y 16.
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aqui los poemas
Los poemas de esta obra no solo son magníficas construcciones literarias, cuya belleza no deja de despertar exaltación patriótica, sino que resultan fieles a la historia en su totalidad.
Se narra el inédito hecho bélico de la toma de la Fragata inglesa "Justina" durante las invasiones inglesas por parte de un cuerpo de caballería comandado por Guemes (si... toman un barco con caballería... tal como lo leen) en una bajante del rio. hasta el mismo comandante Inglés Guillespie destaca el hecho como un "fenómeno en los acontecimientos militares, al haber sido abordado y tomado por caballería al terminar el 12 de agosto..." ("contra la proa de hierro / chocaron proas de sangre / y ante los nuevos tritones / cabalgados en la nave / se estremece el mascarón / curado de tempesatades / ....y desde entonces el río / roto metal del oleaje / está mascando cadenas / en sus gigantescas fauces")
Se detalla con belleza épica acontecimientos históricos como la batalla de Suipacha, o la muerte del gaucho Pastor Padilla (quien tras haber perdido su caballo en la batalla arremete contra toda la caballería realista a facón limpio... y cuando el comandante realista, al ver la fiereza con la que había peleado el gaucho le ofrece sus médicos para curar sus heridas si se rinde, aquel le contesta "hunda en mi pecho su sable, que así quiero ser curado!"
Se hace referencia a la hemofilia que padecía Guemes, cuya sangre no coagulaba, y para quien la sola caricia de un sable realista podía ser fatal. No obstante, a sus 36 años de vida (edad con la que murió) contaba en su haber mas de 100 batallas. De su gran amor Carmencita, quien lo acompañó con coraje durante toda su lucha libertaria, y que luego de su muerte, se dejó morir de tristeza, con solo 25 años.
En fin, una obra indispensable, para recordar a nuestros héroes en este bicentenario y para apreciar esta fina ópera de arte lírico y musical.
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- Spoiler:
- poeta salteño Julio Cesar Luzzatto.
ROMANCERO DE GÜEMES
I
SIN RETRATO
Aquí donde el libro se abre,
debió estar, como se impone,
con el negror de sus barbas
y el oro de sus galones.
No está porque su figura
entró con él a la noche.
Partió sin dejar retrato,
por lo cual no es menos prócer.
Se descuidó de su luz,
de su imán y de su porte.
¿El incendio y el torrente
sueñan en ser medallones?
Para dibujar la estampa
del Güemes que hoy se conoce,
los pinceles escucharon
la voz antigua del monte.
Orillaron la memoria
del cerro que fue su molde,
la de los fuegos agrestes
y las guitarras insomnes.
Alguna lanza olvidada
también arrimó sus voces,
y el viento que anda sin rostro,
sin edad y sin colores.
Se olvidó de su retrato,
pero dejó sus acciones,
donde se lo ve como era
al resplandor de su nombre.
Trajinante como el río,
que hasta duerme en el galope,
la guerra no le dio tiempo
de posar ante pintores.
II
SALTA
Cóncava como el amor,
la modela una quebrada,
en un clima que dibujan
golondrinas demoradas.
Para cantarla no quedan
cuerdas de oro ni de plata,
cuando es el Himno Argentino
quien para siempre la canta.
Estirpe india y española,
tuvo por cuna una fragua,
pues fue quemada dos veces
y fue tres veces fundada.
Como lindero, hacia fuera,
es primera en la batalla;
y por lindero, hacia dentro,
ha de ser la más lejana.
Como la perla, en su valle,
antigua y nueva se engarza,
que en ella, como en la perla,
el pie del tiempo resbala.
Esta calle, por ejemplo,
está como antes estaba.
Hace dos siglos que late
el aldabón de esta casa.
Don Gabriel Güemes Montero,
que es Magistrado de España,
lleva a su hijo Martín
al campo de la Tablada.
Es un español el viejo
con dos nudos en su raza,
por ser español y vasco
a fe de su escudo de armas.
Pronto a partir está el niño
hacia el Río de la Plata,
como soldado del Rey,
para orgullo de su casa.
Se agregan a despedirlo
sus hermanos y su hermana,
y esa doña Magdalena,
la madre de recia estampa.
Como hija de un general,
besa al niño de su pasta,
que en la edad de los juguetes
decide tomar espada.
Oyen misa en San Francisco,
que por cierto es misa de alba.
Están dialogando afuera
los gallos y las campanas.
Un burrito leñatero
por el empedrado avanza.
Ceniza de la pelambre
donde el ojo es una brasa.
Una dama de altas formas
va por la acera de lajas.
Con su muralla de seda
el miriñaque la ampara.
La saluda un caballero,
frac azul y medias altas,
y una mulata vocea
sus claveles y empanadas.
Aparece un capitán
que suele teñir sus canas
con el barro y la humareda,
en luchas contra la indiada.
Lo sigue un tardo lebrel,
pelo negro, orejas gachas,
con aire de haber andado
también en esas batallas.
Cuando salen de la iglesia,
ya el carruaje los aguarda,
con lo que ha sido dispuesto
para el niño en las petacas.
Esa manta de vicuña
en cuya dorada trama
va un poco de sol norteño
para el frío de la pampa.
El arrope y la chalona,
la miel y el queso de cabra,
y ese dulce de cayote
que sólo fabrica Salta.
III
LA PARTIDA
Prontas están para el viaje
las carretas entoldadas,
junto al cerro San Bernardo
que ya echó el sol de su espalda.
Viajeros, muchos viajeros
trajinan y se preparan;
las mujeres con rosarios,
los hombres con grandes armas;
que entre Salta y Buenos Aires
hay medio año de jornada.
Para ese viaje tan largo
por cerros, montes y pampas,
los bueyes en cuatro yuntas
amasan toda su calma.
Entre lágrimas y ruegos
la despedida se alarga.
Que se guarde de los fríos,
que lo esperan en la Pascua.
Este que encarga un espejo,
aquél una porcelana,
y quien pide simplemente
que le lleven una carta.
Las carretas han partido
aunque en alejarse tardan.
Robando viaje en los ejes
unos grillos se delatan.
Un revuelo de palomas
el campo de la Tablada
ha de ver por largo rato
en los pañuelos que se alzan.
Será el último en borrarse
el pañuelo de Macacha,
y Martín mira de lejos
e1 saludo de su hermana.
Y cuando ve que el pañuelo
pliega en el aire sus alas,
sabe que en esa blancura
desaparece su infancia.
IV
EL VIAJE
Esas carretas enrollan
la senda que no se acaba.
El clarín de los troperos
es un surtidor de alarmas:
el tigre que abrocha de uñas
las felpas de su acechanza
o aquel cerdo montaraz
que venga a otros de su raza.
O las indiadas que alumbran
con carretas incendiadas
la bárbara geometría
de sus malones y danzas.
En ese largo camino
no faltan otros piratas
con ropas y armas puebleras,
que también roban y matan.
Y el arenal donde el chifle
parece que se churmara;
y el monte donde el demonio
ha envenenado las aguas.
Han quedado en el sendero
algunos de los que viajan,
y se despiden sacando
los brazos de una cruz blanca:
Martín llega a Buenos Aires
después de probar su espada.
Ese viaje de medio año
fue su primera batalla.
V
CARGA GAUCHA EN EL RIO
Este barco ofrece un fenómeno en los acontecimientos
militares, al haber sido abordado y tomado por caballería,
al terminar el 12 de agosto, en una bajante del río.
GILLESPIE
Capitán británico de las Invasiones Inglesas de 1806.
Las fragatas de Inglaterra
invadieron Buenos Aires.
Queman el aire de agosto
las campanas virreinales.
No tiene naves el pueblo
para atajar a esas naves.
Una flota de prodigio
está inventando el coraje.
Caballos, caballos criollos
aun quemados de sol árabe,
que en la pampa desataron
sus mil años de arenales;
caballos, caballos criollos
con jinetes por velamen,
se arrojan sobre un navío
que ha maneado la bajante.
Es la fragata "Justina",
fragata de nombre suave
que mira con la mirada
de un cañón amenazante.
Emponchados con las olas
allá van al abordaje
jinetes de Pueyrredón
con Güemes de Comandante.
Lazos, chuzas, boleadoras
forman todo su equipaje,
y el “fierro” de las espuelas
que sólo es para que cante.
Avanzaron los jinetes
con escarceos navales,
como si en la piel del agua
la pampa se prolongase.
Tacuaras de empaque gaucho
retan a los rubios sables.
Un lazo busca a un cañón
para apagarlo en el cauce.
En el asombro marino,
la boleadora silbante
es un inédito pez
de parábola salvaje.
Al mástil de la fragata,
orgulloso de ser mástil,
el relincho de un caballo
le gana a escalar el aire.
Enfrentaron al navío
los potros del paisanaje.
Contra la proa de hierro
chocaron proas de sangre.
Y ante los nuevos tritones
cabalgados en la nave,
se estremece el mascarón
curado de tempestades.
Triunfante regresa Güemes,
enlazador de baguales.
Entera como su barba
es la victoria que trae.
Y desde entonces el río,
roto metal del oleaje,
está mascando cadenas
en sus gigantescas fauces.
VI
LA IGUANZO
Apareció con sus trenzas
en una zamba del pago.
La presentó una guitarra
que la nombró suspirando.
Ah, morena de los ojos
embriagadores y claros;
la mirada de la aloja
en el cántaro rosado.
Es tan airoso su cuerpo
que, en el afán de copiarlo,
se repiten las palmeras
y se repiten en vano.
Más dueña de brujerías
que su selva de Santiago,
su piel de seda y peligro
es la piel de los remansos.
El teniente Martin Güemes
ya está con ella bailando.
En las trenzas de la moza
sobran nudos para atarlo.
Sirven las viejas el chisme
con el mate y el guarapo,
y es claro que ha de saberlo
hasta el general Belgrano.
Desde que manda ese Jefe
en el cuartel de Yatasto,
sólo se dejan las armas
para rezar a los santos.
A Buenos Aires va preso
el teniente de veinte años.
El parte oficial decía:
"por amores con la Iguanzo".
Consuelan al prisionero
las acequias y los pájaros
y lo defiende con ira
la roja flor del lapacho.
Y al saber en su refugio
por qué causa lo apresaron,
quiere limar sus cadenas
la cigarra del verano.
VII
SUIPACHA
Suipacha, ¡qué lindo nombre
para ese triunfo paisano!
Quiso tener un nombre indio
el primer puntal de Mayo.
Tierra del Alto Perú.
Tierra de Tupac-Amaru,
sacrificado en la cruz
roja de cuatro caballos.
Desde la pampa argentina
jinetes vienen llegando,
desde esa fábrica verde
de corceles y de pastos.
Se une Güemes a Balcarce,
que viene con sus paisanos.
Son sesenta los norteños
y usan ponchos colorados.
Aquellos godos que aguardan
-¡con ellos mucho cuidado! –
son los mismos que hace un tiempo
a Napoleón derrotaron.
Los godos bajan del cerro,
con su pabellón dorado.
La patria recién nacida,
sin bandera está luchando.
Un azul limpio flamea
en el mástil de un picacho.
Ya su bandera es el cielo,
antes de haberlo copiado.
El cañón en el erial
asustará a los guanacos,
que no han oído hasta entonces
tronar sino en el espacio.
Culebras de las tizonas
alucinando a los gauchos,
que han de probar en su carne
el acero toledano.
Pero, guay, del enemigo,
al que deberá tragarlo,
en ese oleaje de ponchos,
el remolino de un lazo.
Los españoles recelan
de esos guardamontes gauchos,
de esos "caballos con alas",
que serán del mismo diablo.
El triunfo fue de los criollos.
¡Y es claro, si en ese campo
se bautizaba a la Patria
que aún no ha cumplido un año!
El cerro de Potosí,
desde hace siglos cavado,
con sus mil bocas mineras
repite el grito de Mayo.
VIII
CARMEN
Cadete del Rey, le vieron,
cuando partió de su tierra.
Es teniente de la Patria,
ahora que vuelve a ella.
La medalla de Liniers
le relumbra en la chaqueta.
La ven su madre y su hermana.
Don Gabriel no podrá verla.
Hablar de aquel Buenos Aires
todos lo oyen en la mesa,
a excepción de don Gabriel
que no está en la cabecera.
Se yergue Macacha Gúemes
- mantilla de seda negra –
para besar a una niña
que acaba de abrir la puerta.
Sonaron los viejos goznes,
como diciendo: ¡qué bella!
Su mirada de quince años,
en un azul que recuerda
al tarco lloviendo flores
en una tarde salteña.
-Es Carmen Puch, Carmencita...
¡ Qué había de reconocerla,
si cuando partió, la hermosa
jugaba con las muñecas.
-¡Si hoy la vieras cómo danza!
Y la vio y bailó con ella,
y aquel abrazo del baile
duró toda una existencia.
A ese león de las batallas
al que las lanzas no encierran,
las pestañas de unos ojos
lo aprisionan en su reja.
Se casa pronto. Lo aguarda
su otra esposa, que es la guerra.
Urgencia de amarla tiene
pues en dejarla habrá urgencia.
A las campanas nupciales
clarines de oro se mezclan.
Andará entre dos azules
que lo traen y lo llevan.
Entre el azul de unos ojos
y el azul de su bandera.
Carmen, al quedarse sola,
piensa en él y en su dolencia,
el vampiro que lo sigue
por la orilla de la senda.
Ay si lo roza una bala,
o lo toca un sable apenas.
Su sangre que no coagula
es puro riesgo en sus venas.
No le traigan hilos rojos
cuando ella horda en la ausencia.
Que nadie la lleve al huerto
a mirar las rosas nuevas.
Y que entornen su ventana
si arde el ocaso en las sierras.
Nada que pueda decirle,
en su vigilia bermeja:
Vengo de secar su sangre
derramada en la pelea.
IX
EL MITO DE CARNE
Sólo él ha de ser guerrero
con ese mal de sus males;
su sangre que no coagula
y se afana en escaparse.
Pero este General Güemes,
acaso porque es tan frágil,
sólo anda toreando lanzas
o galopando espinares.
Cuando pasa el General,
dan su alerta los zorzales,
para que escondan sus uñas
los cactus y los chaguares.
Y como si comprendiera
que derribarlo es tan fácil,
el fusil que le hace fuego
se ruboriza cuando arde.
Acuñó ya este milagro
el hierro de cien combates,
desde Humahuaca a Tupiza
y desde Salta hasta Yavi.
Ribeteada de aventura,
siempre ya por derramarse,
esta sangre ha detenido
siete invasiones reales.
En el retorno hogareño
lo abraza su amada Garmen,
para quien fuera la ausencia
una púrpura constante.
Mientras que Macacha Güemes,
orillando el mismo trance,
piensa acaso que el peligro
le saca brillo al coraje.
Este Güemes no es Aquiles,
en cuyo cuerpo los sables
hallaban campo de bronce
para cultivar corales.
Este Capitán del cerro,
de la maraña y el valle,
suele entrar a las batallas
con escudo de cristales.
El semidiós orgulloso
de un talón ha de cuidarse;
Güemes siente la embriaguez
de ser todo vulnerable.
Si aquél es carne de mito,
él es un mito de carne.
X
BURELA
Un Capitán de Güemes
- Los godos, mi comandante.
El grito se apeó primero.
Para rubricarlo el potro
alzó en el aire sus remos.
El comandante Burela,
de ese batallón salteño,
llevaba de alas bien anchas
el corazón y el sombrero.
Recién escuchó la misa
en la capilla del pueblo,
que aunque es muy pobre de adornos
hace derroche de incienso.
Y en la plaza de Chicoana,
rodeado de compañeros,
a esa noticia de guerra
la cuelga del entrecejo.
Es que no cuenta con armas
para salir al encuentro.
Y el avance de los godos
retumba su cañoneo.
Los paisanos de Burela
suelen llevar en el pecho
una cruz de cicatrices
para el demonio del miedo.
Pero esta vez palidecen
al verse sin armamento.
No hay una chuza en sus manos
ni un fusil de fuego lerdo.
El monte amigo los llama
con el brazo de un sendero.
Y el refugio de la iglesia
deja oír su campaneo.
Ya los godos aparecen
con sus arcabuces negros.
En vano la serranía
les corcoveó su repecho.
Los gauchos miran el monte
y el blanco muro del templo.
Pero la voz de Burela
deja su vaina de acero:
- Ni en el monte ni en la iglesia;
¡firmes aquí, compañeros!
Hay que ser como los ponchos,
que de heridas hacen flecos.
Un mozo el clarín empina
y al tocarlo tiembla entero,
como si a ese canto de oro
se lo tuviera bebiendo.
-¡A la carga, mis paisanos!,
ordena el jefe salteño.
-¿Con qué armas, mi comandante?,
preguntan los guerrilleros.
Y dice don Luis Burela:
-¡Con las que les quitaremos!
XI
MACACHA
Era un junco del minúe
la hermana del guerrillero.
Con su talle se enjoyaban
los coloniales espejos.
A recibir su mistela
se inclinan los caballeros,
el zapato con hebilla
y la camisa con vuelos.
Quién la viera en el caballo,
con la chaqueta de cuero,
cubrir vacantes de sangre
en los rudos entreveros.
El poncho en sus hombros cura
nostalgias del terciopelo.
Se han hecho para la guerra
sus ojos color acero.
Como su hermano Martín,
jineteó potros en pelo,
corrió ganado en el monte,
bebió chicha con el pueblo,
y cuando suene el clarín
galopará selva adentro,
entre lapachos y cardos,
entre chalchales y ceibos,
casi todas flores rojas,
como si el monte guerrero
sólo floreciera sangre
a tono con esos tiempos.
Macacha, Macacha Güemes
se ha contagiado de hierro.
Ya no la nombran los pianos;
los pianos quedaron lejos.
Para siempre la ganaron
las espuelas sin sosiego,
los tambores de voz ronca
y el clarín del entrevero.
XII
PASTOR PADILLA
Guerrillero de Güemes
En un combate que trenzan
jinetes godos y gauchos,
al criollo Pastor Padilla
le mataron el caballo.
Y el guerrillero de Güemes
- aun monta el facón su mano –
contra la caballería
sigue de pie batallando.
Aunque deja en la refriega
sangre y ropa por pedazos,
manejará su puñal
mientras pueda levantarlo.
Van a respetar su vida,
si es que se rinde el paisano.
Así le dicen los godos,
prometiéndole curarlo.
Unas hebras retobonas
desata la voz del gaucho:
- Hundan el sable en mi pecho,
que así quiero ser curado.
Poca sangre le quedaba
y se le fue en un lanzazo.
El gaucho Pastor Padilla
ve crecer azul el pasto,
mientras un ángel se acerca
a prestarle su caballo.
XIII
LA OFERTA
Una y otra vez entraron,
una y otra vez salieron.
Detener al Cid no es fácil
y al Quijote mucho menos.
Y digamos en su honor
que Güemes proviene de ellos.
Sangre española que lleva
el sol de América dentro.
Laserna, desde el Perú,
para en sus filas tenerlo,
un título nobiliario
le ofrece, y oro por cierto.
A quien viene con la oferta
le contesta el guerrillero:
- Decidle a vuestro virrey
que nací con abolengo.
Yo era Martín de Gúemes,
pero al "de" ya no lo llevo.
Cuando comenzó la guerra
mi sable lo arrancó entero,
y hoy sin el "de" señorial
que a vuestra España he devuelto,
soy Martín Güemes a secas,
y así me nombra este pueblo.
En cuanto a las onzas de oro,
no las preciso ni quiero;
las tuve y en hierro de armas
las he trocado hace tiempo.
Pero de un título me honro
- decidle que a él se lo debo -:
el que he ganado en la lucha
por libertar este suelo.
XIV
LA REVUELTA 1821
Ya derrocaron a Güemes
los señores poderosos.
Esos que acuñan el mundo
en el aro del monóculo.
Los nostálgicos del Rey,
que a la Patria niegan su oro,
mientras el pueblo en su sangre
da sus únicos ahorros.
La tierra del señorío
ruge de aguas y de toros,
como dolida de estar
en las manos de unos pocos.
Por soñar en esa tierra
un lugar para los criollos,
se desata sobre Güemes
el aullido de los lobos.
¿Precisarán esos gauchos
un hilo de territorio?
¿No se han pasado la vida
en la intemperie de un potro?
Ni su muerte quiere tierra,
pues luchando con los godos
en el pico de un carancho
enterrarán sus despojos.
Allá en el año veintiuno,
por el tiempo del otoño,
estando Güemes ausente
decretan su desalojo.
En el balcón del Cabildo
ya el Gobernador es otro.
Lo rodean levitones
más oscuros que el encono.
El vino mueve en la plaza
una fábrica de holgorio,
y se oye un llanto de espuelas
en los arrabales solos.
Bajo el alba viene Güemes
galopando su retorno.
A la cortina del cielo
la va descorriendo un cóndor.
En el camino lo esperan
con los arcabuces prontos.
Las barbas del guerrillero
surgen de un lienzo de polvo.
Se ordena prender a Güemes,
y la orden se vuelve asombro:
ante los gauchos avanza
el general en su moro.
Es el jefe que siguieron
en Yavi, Suipacha y Tojo,
y que viene a rescatarlos
con aquel imán heroico.
Es el caudillo que quiso
condecorarlos a todos
con la Orden de la Justicia:
la medalla de un rastrojo.
Los gauchos, para prenderlo,
sienten las manos de plomo.
Para prenderlo tendrían
que ser hijos del demonio.
Estalla en un "Viva Güemes”
el júbilo del recobro.
La boca de las quebradas
repite el grito de gozo.
Y Salta tiene de nuevo
su Gobernador de poncho.
¡ Qué han de poder los señores
prender a Güemes con criollos!
XV
MUERTE DEL HEROE
Noche tan negra como ésta
nunca se vio en el paraje.
Tal no la pintan las brujas
para ofrecer su aquelarre.
Se la encargaron al diablo,
de fijo, los de este trance,
que son godos y unos criollos,
si es que hubo criollos desleales.
Envueltos en esta sombra
entraron por Castañares,
al mando del Barbarucho,
doscientos jinetes reales.
La ciudad está dormida
y en ella sólo anda el aire,
cuando el cañón con su ruido
se despeña en los zaguanes.
De la casa de Macacha,
donde se halla en ese instante,
saltó Güemes a su moro,
que lo esperaba en la calle.
Su caballo arranca chispas
de piedras y de semblantes.
-¿Quién vive? – gritan -. - La Patria,
no demora en contestarles.
Suena una tercera voz
que es de pólvora y de sangre.
Lo han herido por la espalda,
para llamarlo cobarde.
Y esto, en cambio, lo que prueba
es la traición en que cae.
Mientras la ciudad, herida
en sus piedras seculares,
con su abanico de cerros
un rubor ha de taparse.
Camino del Chamical
el héroe va desangrándose.
Su pulso de luz le ofrecen
las luciérnagas errantes.
El corazón del caudillo
y su moro infatigable,
con latidos y pisadas
dialogan su último viaje.
A la sombra de un cevil
logra el héroe recostarse.
Por primera vez, los gauchos
su acero en llanto deshacen.
Para que juren los hombres
su fe en la lucha incesante,
ese gran fuego levanta
su llama final: el sable.
Su última mirada se hunde
en los picachos distantes.
Las tropas de San Martin
atravesaron los Andes.
El muro norte ha cumplido
y puede desmoronarse.
Voces del monte y del cielo cantaban:
"Oíd, mortales...”
El único General
que en aquella guerra cae,
treinta y seis años tenía,
pero más de cien combates.
Los cóndores enlutaron
el día con su plumaje.
Cada aurora, en la montaña,
ha de enarbolar su sangre.
XVI
ENCUENTRO
Rosario de la Frontera.
Talas, chañares y molles.
El solar de los Gorriti,
la casa de los Orcones.
Los ojos de Carmen Puch,
mirando desde la torre,
son más azules ahora,
tanto calcar horizonte.
Si le pregunta a la senda,
la senda no le responde.
Tampoco le dicen nada
las aves que lo conocen.
¡Dónde andará ese guerrero,
en qué afanes y rigores!
Pero ya es tiempo, con todo,
de que a sus brazos retorne.
A veces oye el regreso
ronco de su guardamontes,
y es, ay, el viento que juega
con su ilusión en el bosque.
Y cuando ve su bandera
que retorna hecha jirones,
es, ay, el cielo que brilla
entre las ramas inmóviles.
Don Juan Ignacio Gorriti
trae la noticia una noche.
Si él ya no puede volver,
ella irá donde él se esconde.
Y comienza por cortarse
la cabellera de bronce.
Si él ya no ha de contemplarla
para qué la quiere entonces.
Igual que la luz al cirio,
deja que el amor la agote.
Siendo una flor vivió más
de lo que viven las flores.
Ya le cierran las pupilas,
ya la bajan de la torre.
Va al encuentro del amado
y sólo ella sabe dónde...
TORCHSON- Suboficial de Reclutamiento
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Re: E Romancero de Guemes
menos arte tenemos aca
sos una luz en el clan torch vos
jajajajajaa
sos una luz en el clan torch vos
jajajajajaa
--_1993_--- Cantidad de envíos : 170
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Re: E Romancero de Guemes
Jaja, ya se toto, por eso los quiero tanto!.. se que quizá no da mucho para postear estas cosas, pero poray a alguno le gusta. además quería compartir con mis cumpas este poemario, que me conmueve casi tanto como la colita de 93. Saludos.
TORCHSON- Suboficial de Reclutamiento
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